Paseaba siempre por
las largas y transitadas calles de Barcelona, como forma de evasión, refresco
mental. Sus pasos la dirigían hacia sí misma en busca de repuestas. Ella, Loli,
es una muchacha alegre, dicharachera, la sonrisa acudía a su rostro con
frecuencia y transmitía esa energía, buen rollo que hace que otros buscasen su
compañía. Aunque de un tiempo a esta parte su ser interior había cambiado por
avatares y decisiones personales, ahora no se reconocía.
Se había transformado
en una mujer triste, apagada, sin ilusión, sin luz. Tocada por la decepción,
sin apenas fuerzas para continuar. Aunque su naturaleza se negaba a admitir que
sola no podía salir de esa oscuridad que le nublaba la razón y la esperanza.
Una vida rota, un
amor apasionado, cegador la dejó en coma profundo. No podía seguir así. Un
viaje a casa, al hogar fue el mejor regalo de Navidad. Su tierra, sus raíces,
los lazos familiares la esperaban allí para tratar la enfermedad del alma.
Salamanca, la tierra
que la vio nacer, fue testimonio de un cambio. El que se fue produciendo poco a
poco hablando del dolor, reconociendo que estaba pérdida y reconduciendo su
camino, la senda que un día abandonó ante la falta de fe y de creer en sí misma.
Las conversaciones,
la compañía de hermanos, allegados, el calor, el amor, el desprendimiento de
los propios miedos, obraron el milagro del AMOR, así de grande, por la vida y el
renacer del espíritu.
Manuela García 01/02/17
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